Tengo hambre… ¿o no?
Consejo nutricional
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Tengo hambre… ¿o no?

Muchas veces decimos eso… ¡tengo hambre! Pero, también en muchas ocasiones, no es hambre real, sino una apetencia, el disfrute de un alimento por sus propiedades organolépticas y el placer que nos produce.

El hambre fisiológica aparece gradualmente, con la sensación de vacío en el estómago, con el conocido rugido de tripas. Cuando tenemos hambre de verdad nos da igual un plato de judías que una ensalada. Queremos disminuir esa sensación que es la señal del organismo frente a la falta de energía alimentaria. Puede llegar a ser desde una sensación llevadera de vacío hasta algo más incómodo. Cuando comemos en ese estado, cubrimos una necesidad y dejamos de hacerlo cuando estamos saciados, sintiéndonos mejor físicamente. 

Otro dato interesante es que “nos da margen”, es decir, permite esperar, pues constamos de reservas energéticas que permiten esperar hasta conseguir el alimento. 

Pero… ¿cómo distinguir del hambre emocional? Bien, esta otra sensación va más con el coco, es algo estrictamente psicológico: ese placer obtenido al comer dulces, salados o alimentos grasos, generalmente alimentos hipercalóricos y aparece de golpe ¿Has tenido alguna vez antojo de comerte un buen manojo de berros? ¿verdad que no? Pues va por ahí… el hambre emocional es la búsqueda del placer emocional, no de nutrirnos y comer atendiendo a esa señal, no es sinónimo de sentirnos fisiológicamente mejor después, de hecho, en muchas ocasiones es todo lo contrario, pues no hemos cubierto ninguna necesidad.   

¿Por qué comemos sin hambre?

Pues por muchas causas emocionales, ya que nuestras emociones afectan a nuestras conductas alimentarias. Típica es la escena de una película donde alguien come, entre lágrimas, un bote de helado de 5L. Seguramente no lo hace por la necesidad nutritiva de comer helado de vainilla con nueces de macadamia, sino por el placer que obtiene y que compensa esas lágrimas. 

El chocolate es otro protagonista en el hambre emocional, en todas sus variantes: tableta, en galletas, en postres, en bombones… y lo cierto es que el cacao es muy elegido porque ayuda a generar serotonina, el neurotransmisor de la felicidad.

Entonces, lo que quiero, es tener niveles adecuados de serotonina, pero no precisamente a través de conductas de hábitos como el picoteo de alimentos hipercalóricos y sin hambre real. 

¿Cómo aumentar esta cantidad de serotonina en nuestro cerebro? Pues a través de la buena gestión del estrés, de la actividad física diaria, de la alimentación rica en triptófano (como carne de pollo y pavo, frutos secos, lácteos, productos integrales, cacao puro, alga espirulina, pescado azul rico en omega 3).

¿Cómo evitar o reducir el picoteo?

Tenemos que aprender a reconocer las sensaciones del hambre fisiológica y diferenciarla de la emocional. Podríamos ponernos estas preguntas de referencia: ¿siento vacío estomacal, rugido de tripas? ¿Te viene a la mente algún alimento muy concreto rico en carbohidratos y grasas? Si sientes vacío o quemazón en el estómago, tienes variedad de opciones que te apetecen y no la llamada de las galletas de la alacena, sabes que tienes hambre fisiológica. 

Trata de no tener aquellas tentaciones en casa a diario, pero no te las prohíbas, pues esa limitación tan tajante puede frustrarnos y perder el control. El secreto es mantener rutinas, moverse cada día, repartir el consumo energético en más de 3 comidas diarias y no descartar al 100% esas cosas que te gustan tanto. La comida chatarra no es saludable, por supuesto, pero también hay que tener ojo con no duplicar y triplicar el consumo de aquellos que nos venden como “saludables o light”. Al final, lo más importante es saber guiarnos con las señales del hambre fisiológica y tener un equilibrio en el consumo de alimentos.

Si te ha parecido interesante este artículo, lee ¿Sabes gestionar el estrés?

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